En el reciente encuentro diocesano de catequistas de niños, con casi 400 participantes, se trataron los valores y derechos de los niños. Me llamó la atención cómo se repitió cuánto sufren éstos por el alcoholismo de sus padres, por sus pleitos, por sus infidelidades y, sobre todo, cuando se separan. Una joven catequista comentaba las penas de los hijos de una madre soltera, porque viven inseguros, expuestos a comentarios y burlas, desconfiados de su futuro.
Se resaltó cómo unos padres egoístas, que sólo piensan en sus propios derechos, violan los de los niños y son injustos con ellos. En una familia desavenida, está la raíz de muchos complejos, de la violencia y agresividad social, de la adicción al alcohol y a las drogas, de la huida del hogar, del suicidio, de la confusión en la identidad sexual.
Son innegables, a veces inevitables, los problemas entre esposos; pero es muy preocupante que cada quien alega sus razones, y no tienen en cuenta la mente y el corazón de los hijos, que requieren, para un crecimiento sano e integral, de un hogar estable y afectuoso. Los catequistas son testigos del sufrimiento de los niños, y tienen la misión de acompañarlos, con la luz de la Palabra de Dios, para que sepan enfrentar positivamente el mundo egoísta e injusto en que se desenvuelven, empezando por su propio hogar.
JUZGAR
Según Jesucristo, la propia felicidad se logra sólo cuando uno renuncia a sí mismo, incluso a sus derechos, por el bien de los demás, como es el bienestar de los hijos. Esto puede parecer injusto e inhumano, pero es el único camino para construir personalidades fuertes y seguras. Cuando alguien sólo sabe alegar sus derechos y sólo piensa en sí, se lleva entre los pies su hogar y expone gravemente a los hijos a muchas desventuras en la vida. El egoísmo se paga muy caro, tarde o temprano.
Conocemos ejemplos preclaros de padres, en particular de madres, que soportan todo, con tal de no afectar a sus hijos. Son mártires de la familia, pues exponen su propia vida por ellos. Sin embargo, cada día hay menos jóvenes capaces de asumir esta actitud generosa; muchos ya no quieren ni casarse, mucho menos por la Iglesia, porque no están dispuestos a comprometerse de por vida; sólo quieren darse gusto, aunque sea en forma transitoria y pasajera. Aún más, ni hijos quieren, pues éstos les quitan tiempo, dinero y libertad. No fueron educados para el sacrificio, para el perdón, para el amor, para la generosidad, y no advierten que su egoísmo les traerá una soledad espantosa, que con nada se podrá llenar. ¡Los impulsores del liberalismo sexual y conyugal, no se dan cuenta del mal que hacen a la sociedad!
La Iglesia reconoce el derecho de uno de los cónyuges a separarse del otro, cuando se comprueba una infidelidad, o cuando los golpes, los malos tratos y las ofensas hacen casi imposible la convivencia conyugal; sin embargo, recomienda el perdón y la reconciliación, teniendo en cuenta el bien de los hijos y de los mismos esposos.
El 9 de febrero pasado, dijo el Papa Benedicto XVI: “Desde su concepción, los hijos tienen el derecho de poder contar con el padre y con la madre, que los cuiden y los acompañen en su crecimiento. Por su parte, el Estado debe apoyar con adecuadas políticas sociales todo lo que promueve la estabilidad y la unidad del matrimonio, la dignidad y la responsabilidad de los esposos, su derecho y su tarea insustituible de educadores de los hijos”.
ACTUAR
¡Salvemos la familia! Es un tesoro que con ningún otro se puede comparar, ni comprar. Esposos: ¡salven su hogar, por encima de todo! Ante los problemas, no piensen como primera opción separarse. Si están casados por la Iglesia, sean fieles a su compromiso sagrado de amarse y respetarse todos los días de su vida. Acérquense a la oración, a la Sagrada Biblia, a la Eucaristía, para que encuentren la luz y la fortaleza que necesitan, para seguir adelante. Si no están casados por la Iglesia, de todos modos su unidad y estabilidad es la que mejores frutos produce, para ustedes y los hijos. ¡No sean egoístas ni injustos con ellos! ¡Que no sufran por la inmadurez, el egoísmo y el orgullo de ustedes!
+ Felipe Arizmendi Esquivel
Obispo de San Cristóbal de Las Casas