Dos hermanos poseían unas tierras que habían recibido en herencia y las trabajaban conjuntamente.
Uno estaba casado y ternía varios hijos. El otro soltero. Aquellas tierras eran buenas para el trigo y los dos hermanos trabajaban afanosamente en su campo, ya fuera arando, sembrando o haciendo la recolección.
Un año, cuando llegó la época de la cosecha, los dos hermanos se repartieron el trigo cosechado. hicieron dos montones de gavillas de trigo. Cada montón con el mismo número de gavillas: cien.
Por la noche el hermano soltero se dijo a sí mismo: el reparto es justo, pero mi hermano esta casado y tiene que alimentar a sus hijos. Yo estoy solo y por tanto necesito menos para vivir.
Decidió ir esa misma noche al campo, y de su montón pasó a su hermano veinte gavillas.
Aquella misma noche, el hermano casado pensaba lo siguiente: el reparto es justo, pero mi hermano está solo y necesita más dinero para poder pagar la lavandería, la mujer que cuida de su casa, ahorrar para la vejez ... Yo puedo pasar con menos porque mis hijos ya trabajan y ganan dinero.
Tambien este hermano decidió ir al campo: de su montón pasó al de su hermano soltero veinte gavillas.
Al día siguiente, cuando fueron a trabajar, los dos hermanos se quedaron asombrados al ver los dos montones con el mismo número de gavillas, pero ninguno manifestó nada. Esa noche cada uno, intrigado, volvio sigilosamente a pasar su parte a la del hermano y cada día se encontraban con el mismo resultado: el mismo número de gavillas en cada montón. Así que la operación del traspase de gavillas se repitió en noches sucesivas, hasta que al fin una noche ambos hermanos se encontraron en pleno intercambio de gavillas.
Tras la sorpresa inicial se fundieron en un gran abrazo, lo celebraron con grandes risas y se dieron cuenta de que la generosidad de pensar en el otro antes que en uno mismo siempre es recompensada con creces.